Píldoras dinamitadoras (2)

Esa cualidad vacua o vacía, esa insustancialidad o vacuidad es quizá la característica más fundamental de lo que entendemos por «realidad». Tal como sostiene y enseña el budismo, esa cualidad es uno de los «sellos de la realidad».

Puedes procesar esto con la mente, utilizando la razón y el pensamiento. Pensar, reflexionar sobre ello. Puedes también profundizar más y observarlo desde el silencio, desde la mera actividad o funcionamiento de la inteligencia, ponderando su trascendencia, significado… reflexionando, pero no mediante el pensamiento en forma verbal, conceptual y dual (tal como intenté explicar en la anterior entrada).

Y puedes vivirlo y experimentarlo, lo cual añade un «extra» de incalculable valor a tu aprendizaje, a tu adquisición del verdadero saber. Y esto es lo que me sucedió hace un par de noches. Pese a haber pensado, reflexionado, observado, meditado y experimentado sobre el asunto muchas veces, hace un par de noches lo experimenté y comprendí de una forma muy peculiar y directa, con un «sabor» o una cualidad más profunda. La percepción o certeza clara e indiscutible. Fascinante también.

Sucedió tal «certeza» de tal manera (expondré mediante pensamiento articulado lo que entendí de forma directa):

«¡Es que la Realidad en verdad es Vacuidad! ¡Vacuidad es aquello a lo que llamamos realidad, tal es su naturaleza o condición! ¡No son cosas distintas! Y esa Vacuidad o naturaleza vacía es autoluminosa y autoconsciente. No hay más, es así de simple. La Vacuidad es la única realidad, de hecho. No podemos «extraer», «obtener», «separar» o «diferenciar» nada en ello, porque no tiene partes. Tales cualidades, la de la autoluminosidad y la autoconciencia, son características fundamentales también de la inteligencia, la conciencia, la mente, la observación, la atención… Ya que todo ello en esencia es lo mismo —también— que aquello que entendemos como «realidad». Aplican esa condición vacua, esa autoluminosidad y esa autoconciencia a la propia mente o al polo subjetivo. Incluso esa ilusión de un ego o sujeto aparte y diferenciado, separado, no es más que un aspecto más de la mente, una apariencia. Pero —repito— la «naturaleza» (o sello fundamental) de la Realidad es la Vacuidad. Es la mente, es el pensamiento, son las palabras y el lenguaje los que introducen la noción —como justamente estás comprobando sobre estas líneas— de que son cosas distintas. Es una realidad también impersonal —absolutamente— en la cual no hay partes diferenciables. Por esa razón ese ego, sujeto u observador son meras ilusiones… mentales».

Entonces… todo se da, ocurre, sucede por sí mismo… de forma «automática», impersonal, espontánea… como si se tratara de un mágico juego de espejos. No hay sujeto alguno. ¿Sujeto? Bueno, va, si te emperras… existe… pero no es distinto de aquello que entiendes como «realidad». No te empeñes en considerar que son dos aspectos distintos. Tu propia conciencia es (tu propia) realidad. No hay más.

Y de repente «se entiende» que esa naturaleza vacua es impersonal y espontánea, y a la vez autoluminosa y autoconsciente. De repente se produce el prodigio y la noción de un sujeto se desvanece, desaparece, queda borrada… se entiende que esa vacuidad autoluminosa es la realidad en sí misma. Todo ello está íntimamente relacionado, por más que me pueda costar un mundo explicarlo con mayor claridad.

Y por cierto…

(En El sutra del corazón).

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